25 de abril de 2007

Indígenas y campesinas por la dignidad de su trabajo





Inzá, al sur de Colombia, fue declarado el pasado 17 de abril en estado de alerta por la erupción del volcán nevado del Huila, fenómeno de la naturaleza que fue registrado por los medios de comunicación pero no el encuentro ni la marcha de sus mujeres. ¿Por el difícil acceso? Los helicópteros sobrevolaron la zona y la prensa estuvo en el lugar de los hechos.
Para llegar a inzá, pueblo con cerca e ocho mil habitantes, se puede salir desde Neiva o Popayán, ciudades capitales de los departamentos del Huila o Cauca y desde ambos sitios empieza el periplo que se compensa con la majestuosidad del paisaje y la calidez de su gente.
Las horas de viaje dependen del estado de las carreteras, si podemos darle ese nombre a los caminos que conducen al pueblo enclavado entre las montañas, esas moles que desde el centro de la plaza que alberga el mercado cada sábado, parece que pueden tocarse con sólo extender los brazos.
Y a Inzá llegaron mil quinientas mujeres campesinas e indígenas de Medellín, Bogotá, Popayán, de los resguardos; mujeres maestras, trabajadoras de la salud, de la Ruta pacífica, del Consejo Regional Indígena del Cauca; mujeres negras, blancas y mestizas; católicas y de otras creencias, llegaron para encontrarse y declararse “Mujeres en Junta por la dignidad de nuestro trabajo”.
La preparación de la jornada inició hace un año. De vereda en vereda más de treinta organizaciones intercambiaron experiencias sobre su realidad cotidiana y reflexionaron para dignificar su trabajo. Ellas abandonaron el 16 de abril sus cultivos, la cocina, dejaron a su prole al cuidado de otra persona, abandonaron el machete y apagaron los fogones para charlar, para continuar en su “Junta política organizativa”.
Muchas mujeres llegaron con sus bebés, no escatimaron esfuerzo ni se arredraron por el pésimo estado de las carreteras enlodadas por la lluvia, los derrumbes de piedras y tierra, por esa estrechez para que pasen los buses anchos, de colores, con muchas entradas y sin puertas que popularmente se denominan “Chivas”.
Descendieron de las chivas con sus trabajos artesanales, con los productos de la huerta, los tamales envueltos en hojas de plátano ahumadas, con sus cuadernos de apuntes, las denuncias y llamados, con su corazón puesto en la tierra que exigen para trabajar y la exigencia de aparecer en los títulos de propiedad junto a sus esposos.
En su manifiesto final expresaron que “nuestro trabajo es acción de resistencia. Cuando las cosechas de café se acaban, cuando ya no tenemos ni un peso en el bolsillo, entonces velamos para que las ollas siempre estén llenas; los sancochos que preparamos con los productos del huerto resisten el mercado global capitalista, a los tratados de libre comercio y a la explotación de las multinacionales; cuando el gobierno ya no contrata profesores para las escuelas, nos encargamos de educar y transmitir saberes a nuestros hijos e hijas; cuando nos niegan el derecho a la salud, ahí están nuestras manos, nuestros saberes de médicas tradicionales y parteras para cuidar y curar”.
Las asistentes marcharon por las calles del pueblo para recordar que la sociedad, la familia y sus parejas obstaculizan su trabajo comunitario porque dicen “no vale la pena”, que “son malas madres” y que las reuniones de mujeres “no sirven sino para chismosear”. Marcharon porque querían denunciar que se han enfrentado a malos tratos y a la violencia de sus compañeros.
Al paso de las mujeres y de algunos hombres que acompañaron la marcha, las niñas y niños, las maestras aplaudieron mientras que otros miraron con sorpresa la presencia de cuatro mujeres de la Ruta Pacífica que caminaron con los pechos desnudos pintados con diferentes colores y con denuncias escritas sobre la espalda, delante de ellas una inmensa suma de molas, trozos de coloridas tela con frases alusivas a las condiciones de las mujeres en Colombia.
Con la marcha y el encuentro las colombianas que gritaron consignas contra la guerra y por la paz, contra el cierre del hospital de Inzá y la pérdida de la soberanía alimentaria si Colombia firma el tratado de libre comercio con estados Unidos, llamaron la atención sobre su convencimiento para que sus trabajos sean reconocidos y valorados, y las labores de la crianza de los hijos e hijas sea responsabilidad de todos los seres humanos.
Las mujeres proclamaron su deseo de continuar trabajando en colectivo proponiendo acción política, cultivando solidaridad y respeto, dicho con la propiedad de sus palabras “Nos juntamos pa´charlar, Nos juntamos pa´cambiar, Nos juntamos pa´decidir”.
Al caer la tarde, ´las mujeres que se juntaron´ empezaron a salir nuevamente para sus lugares con el manifiesto firmado en sus manos para promoverlo en cada comunidad. Quedó el sabor de una necesidad: “continuar juntas”, así lo dijo Felisa, la mujer Mayor, así con mayúscula, del pueblo indígena Nasa.

























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