9 de agosto de 2008

Una estrella para Antonia*

Antonia, gracias por permitirme
escribir este cuento y, gracias por
tener a tu estrella en un profundo
sueño, en su descanso. La estrella,
tu estrella, siempre estará contigo.
La tía Fabiola

La abuela corría de un lado para otro recogiendo agua en una olleta para regar las plantas y el abuelo parecía desprogramado caminando de una esquina a otra en el viejo caserón de paredes rosadas y columnas de madera.
Antonia saltaba junto a su hermana Juana mientras mantenía en sus manos un peluche al que no le quedaba ni una pizca de lana y parecía más un gallo desplumado que un conejo y del que decía “ya no le queda nada”.
Antonia sentía mariposas con el anuncio de la visita de la tía Linda. Siempre la recordaba cuando veía una estrella o tomaba debajo de su brazo el libro de cuentos. Un duendecillo le decía que la cercanía entre ambas era muy grande. ¿Sería la inmensidad de la bóveda estrellada? ¿Sería ese aparecer y desparecer de la tía? Era demasiado pequeña para entenderlo, comprenderlo y saberlo pero no para sentirlo.
También le recordaba a la tía, esa muñeca de trapo que podía sentar, enseñarle a caminar y contarle historias, sobre todo cuando se enfadaba con su madre, su padre o sencillamente quería alejarse de su pequeño pero gran mundo.
Antonia, puso nombre a su muñeca, a su amiga, la llamó Sueño por aquello de ver a su tía después de que regresase de un largo viaje, como si se cumpliera el deseo que ella tuvo mientras dormía.
Pero todos esos recuerdos juntos, no sumaban el regalo más grande que recibió de la tía Linda. Juntas, en el patio de la casona del viejo pueblo de calles anchas y sofocantes calores, juntas sintieron la fragancia de las flores, y que eran tantas tantas, que se confundían los olores.
Tía Linda tomó de la mano a Antonia y le pidió mirar al cielo.
-Tía, muchas, muchas estrellas, dijo emocionada Antonia.
-¿Quieres una? Preguntó tía Linda.
-¡Sisisisisisi! Respondió la voz infantil, que con ingenuidad pregunto: ¿Puedes hacerlo, tía?
-Míralas todas y escoge una, dijo con serenidad y certeza tía Linda.
-Aquella, aquella tía. Mírala, está allí –dijo Antonia señalando hacia arriba.
-Cógela, es tuya –afirmó la tía-. Si es tuya, sólo tú puedes cogerla.
Antonia soltó su mano derecha de la mano de tía Linda y con lentitud la estiró en dirección al cielo. Alargó la otra mano y despacio muy despacio junto las manos y cogió la estrella. Con gracia, dobló los codos y sin mover ni uno solo de sus dedos, fijó sus grandes ojos negros en la tía y arrastrando las palabras dijo, “tía, se me va a caer”.
Con mesura la tía llevó las manos de Antonia a uno de los bolsillos del pantalón de la niña y le dijo que guardándola allí podría sacarla y mirarla cuantas veces quisiera.

*Continúa