27 de diciembre de 2007

Mujeres asesinadas

Por Alberto Aguirre

“El secretario de Gobierno declaró que se investiga si la mujer era una trabajadora sexual de la 33”. Hablaba de la décima tercera mujer asesinada, en noviembre. ¿Por qué el secretario sospechó que la víctima era una puta? Porque era mujer y porque había sido asesinada.
Pero no se le ocurrió sospechar que fuese bacterióloga o licenciada en letras o violinista o trapeadora. El simple hecho de ser mujer y de aparecer en la calle su cuerpo mútilo la marca como puta; o digamos “trabajadora sexual”, ese eufemismo que se inventaron para disimular la condición infame de ese oficio. Y para escudar la propia culpa de un orden vil donde la mujer no encuentra trabajo y donde le escamotean su misma dignidad. “Trabajadora sexual”, como si tal humillación del ser pudiera calificarse de “trabajo”; y como si con el sexo se pudiera trabajar. Le entregan unos pesos para lavar la propia conciencia. Y para tapar su culpa inventa la sociedad eso de “trabajadora sexual” en vez de puta. Cambiando la voz no cambia la infamia. Lo que se establece una vez más es que el cadáver de una mujer que ha padecido violencia nunca es cadáver impoluto; la mujer, desde el inicio, carga con la culpa de haber sido asesinada.

El 1º de noviembre fue asesinada Nancy Ester Zapata Orozco en un hangar del aeropuerto Olaya Herrera. De inmediato, como por un automatismo, el comandante de la Policía Metropolitana, general Pedreros, atribuyó el hecho “a un ajuste de cuentas por asuntos de narcotráfico” (El Mundo, 19 de noviembre). ¿Se había hecho siquiera un principio de investigación? Nada de nada; ni una brizna. ¿Para qué? ¿No ve que la muerta era una mujer? Si es mujer y aparece muerta, suya es la culpa. De ella; no del asesino. Y le acomodan el narcotráfico porque en ese sitio –el Olaya– reina el narcotráfico. La familia establece que Nancy Patricia “era una mujer temerosa de Dios, que desde hacía 15 años le había entregado su vida a Cristo”. Era miembro de una Iglesia Cristiana, y se aprestaba en esos día para ir, con sus fieles, a unos ejercicios espirituales en La Ceja. Tenía 45 años. No tenía casi amigos, nunca había sido rumbera, hacía 20 años trabajaba en el Olaya en un almacén para repuestos de avión, era cumplida, se preocupaba por una deuda contraída para adquirir casa de habitación para ella y su familia. Hubiera sido descabellado tratar de “trabajadora sexual” a mujer de semejante pulcritud. Pero era mujer y fue muerta: alguna culpa tenía. Búsquenle por otro lado. Si es mujer y fue muerta violentamente, no lo dude: ella tiene la culpa. O en ella se origina la acción del asesino, no en el asesino mismo. En los últimos días fueron asesinadas en Medellín y en el Área Metropolitana 18 mujeres (El Espectador, 25 de noviembre). Y casualmente este domingo 25 se celebró el Día de la no Violencia contra la Mujer, y casualmente este día, según titular de El Colombiano (26 de noviembre): “Asesinaron a otra mujer en Castilla”: Yéssica Jazmín Echavarría, de 18 años. El decurso de este asesinato revela la impotencia del Estado, o su indolencia, para proteger a la mujer: la balearon dos hombres motorizados cuando se encontraba cerca a su casa, en el noroccidente de la ciudad. “Amigos de Yéssica contaron que había sido amenazada días antes por un ex novio”. Pidió protección pero no se la dieron. Al velorio asistió el presunto autor intelectual, con todo cinismo y plena impunidad. Amigos de la víctima, al reconocerlo, lo persiguieron y le dieron dos puñaladas, pero logró huir. “Posteriormente, amigos de éste acudieron al velorio y amenazaron de nuevo a la familia”. Finalmente: “La mujer fue sepultada con la protección de la policía en el cementerio de San Pedro”. ¿Por qué no la protegieron cuando estaba viva? Cuenta el subcomandante de la Policía, coronel Rodríguez, que el presunto asesino, dados los varios indicios y las varias denuncias, fue capturado y entregado a un fiscal. “Pero recuperó la libertad por no haber sido capturado en flagrancia”. Otra culpa de la mujer: no llevar policía a su propio asesinato. ¿Se había hecho siquiera un principio de investigación? Nada de nada; ni una brizna. ¿Para qué? ¿No ve que la muerta era una mujer? Si es mujer y aparece muerta, suya es la culpa. De ella; no del asesino.

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