2 de octubre de 2008

Una estrella para Antonia

Continuación...

Al día siguiente la tía se marchó pero pasados unos meses regresó nuevamente del lejano país de los olivos encantados, de la tierra por donde caminó un hombre con una lanza buscando una utopía. Era domingo, pero no era un domingo cualquiera. La tía estaba en casa del abuelo que se paseaba de punta a punta por el viejo caserón de paredes rosadas y columnas de madera y la abuela seguía regando plantas.
La alegría de Antonia deambulaba por la casa y mientras tanto, su madre y la tía, sentadas en la amplia sala de la casa de paredes rosadas, conversaban y se ponían al día de los últimos acontecimientos de sus vidas.
Oscureció y desde el patio entraba la fragancia de las flores y el viento fresco que se colaba por las puertas y llegaba a un patio interior -patio que interrumpía la continuidad entre la plataforma central donde el abuelo se sentaba a leer- y el comedor de la vieja casona de paredes rosadas y columnas de madera.
Un llamado insistente de Antonia interrumpió la conversación de las dos mujeres.
-Tía, tía hay estrellas.
Por un momento, tía Linda deseó continuar la charla pero el tono de Antonia subió con agudeza para expresar su insistencia y obligó a la tía a pararse de la amplia sala de la casa de paredes rosadas y columnas de madera.
Antonia quería bajar otra estrella. La tía le recordó que ya tenía una, pero el rostro de Antonia se descompuso, hizo pucheros e intentó llorar. Tía Linda la tomó de la mano y le explicó que una estrella era suficiente, entonces, Antonia dejó caer unas lágrimas y movió su cabeza con sus negros rizos queriendo decir no, hasta que pudo pronunciar una frase, “tía, ya no tengo estrella, se me perdió”.
Con sus palabras entrecortadas, Antonia contó a la tía que una tarde, mientras juagaba con su hermana Juana, guardó en el bolsillo varios papelitos con dibujos que quería entregar a su madre, unas flores que cogió del suelo del jardín de la abuela y dos figuras de plastilina.
Interrumpió el juego y sacó los papeles y fue cuando se cayó su estrella.
La madre recordó que ese día lloró pero nadie pudo entender ese dolor y ese llanto pero de nuevo estaba la tía Linda y, Antonia comprendió que podía tener de nuevo su estrella porque su corazón le dijo que la estrella se había regresado, pero ahora estaba segura, su tía se lo confirmó.
Este domingo, nuevamente estaba la tía, y su hermana Juana también quería una estrella.
Bajaron una para cada una y para que no se cayera de nuevo, la tía Linda se las pegó con una sustancia de ilusiones que las haría invisibles para quien estuviese frente a ellas. Serían estrellas solo para ellas y nadie más.
Juana y Antonia estaban con la emoción desbordada hasta que de nuevo en la sala, se tranquilizaron.
Antonia sintió sueño y cogió entre sus manos su pequeña manta y fue nuevamente al patio a mirar las estrellas y la redonda luna. Regresó al lugar donde se encontraba la tía en la vieja casona de paredes rosadas y columnas de madera. Estaba llorando porque las estrellas ya no estaban.
De la mano, las dos regresaron al patio de fragantes flores. Tenía razón Antonia, no se veía ni una estrella ni la luna. Empezó a cantar “estrellita dónde estás, estrellita dónde estás…”
Apareció su madre y la tomó en brazos. La tía Linda pidió a la niña que mirase al cielo y le preguntó a Antonia:
-¿Qué ves?
-Nada. –dijo Antonia.
-Mira bien, -insistió la tía-.
-Estáaaa oscuuuuro tía, está oscuro, -dijo triste Atonia.
-Antonia –dijo la tía- las nubes vieron a las estrellas con sueño y decidieron darles abrigo.
-Y ¿La luna, dónde está? preguntó la niña.
-Sirviendo de lámpara a las estrellas debajo de las nubes para que, si alguna despierta no se caiga medio-dormida, -dijo con mucha seguridad tía Linda.
Antonia cogió una punta de su manta con fuerza, miró con dulzura a la tía, sonrió, se recostó en el hombro de su madre y se quedó dormida